jueves, enero 25, 2007

41.
Rafaela subió corriendo las escaleras. Entró al cuarto de sus padres. Encontró a su mamá boca abajo. Revisó los cajones. Encontró el revolver de su padre y unas cuantas balas sueltas. Buscó el pomo con somníferos hasta que se dio cuenta que Marcela lo tenía sujeto entre las manos. Se lo quitó con delicadeza. Sacó una pastilla y se la metió a la boca. Sacó unas cuantas más y dejó el pomo donde lo había encontrado.
Logró escuchar la música que sonaba desde hacía rato en el equipo de la sala. Sin duda era una canción de The Cure pero no creía haberla escuchado antes. Desde las escaleras de servicio sintió unos pasos que se acercaron. La pastilla que había tomado tuvo un efecto casi inmediato. Cuando menos se lo esperaba una sombra la golpeó en la cabeza. Rafaela cayó al piso. La canción decía algo así como:
But I don't care if you don't
And I don't feel if you don't…
Cuando pudo volver en sí se dio cuenta que había vomitado saliva. Estaba tirada en el piso y un hombre, al que no pudo reconocer, le estaba apuntado con una pistola vieja y oxidada. El revolver de su papá había caído a unos metros de distancia. De pronto se dio cuenta de que era Coco quien la estaba apuntando. Rafaela le preguntó:
- ¿Qué estás haciendo?
Coco tensó su mandíbula.
- ¿Qué te pasa? -Le preguntó ella.
Coco disparó. El arma se atascó. La bala no salió. Rafaela aprovechó la pausa para darle una patada en la rodilla. Coco, que vestía un polo viejo y desteñido, perdió en equilibrio. Rafaela se puso de pié y cogió el revolver de su padre. Coco le respondió el golpe con una patada en el estómago. Rafaela se dobló en dos. El arma de su padre volvió a caer al piso. Coco la recogió sonriendo. Rafaela susurró que podían llegar a un acuerdo.
La canción de The Cure se repetía una y otra vez. Las risas eran extraídas de un programa cómico como el de Chespirito. Lo interesante era que Luis hacía chistes y todos reían, y aquello resultaba en su naturaleza bastante irreal, al menos a los ojos de él, que jamás había contado un chiste, y que jamás imaginó estar de nuevo sentado junto a Patricia riéndose.
Rafaela bajó las escaleras. Su papá estaba demasiado ocupado discutiendo con Sokolich como para prestarle atención. Ella caminó muy rígida por toda la sala, como si ocultara algo; ni su hermana, ni los amigos de su hermana se dieron cuenta de nada, en parte porque la música estaba demasiado alta y en parte porque todos estaban discutiendo. Unos amigos de Patricia se pusieron a bailar. En la sala íntima la discusión de Bobadilla y Sokolich se hizo más aguda.
Los amigos de Patricia estaban contentos porque Luis era el enamorado que ellos solían ver con Patricia en la época en que la habían conocido, la misma época en que habían descubierto a The Cure, junto a otras bandas inglesas de los ochentas. Comentaban eso cuando Rafaela trajo desde la cocina una copa de champagne burbujeante para su hermana.

42.
Una noche fueron a una reunión muy elegante donde todos estaban vestidos de gala, en un centro de convenciones frente del mar. Aquel verano parecía interminable, de día el sol quemaba y por las noches se respiraba un aire de libertad. Estaban tan enamorados que no les importó hacer el camino de regreso a pie, simplemente se tomaron de la mano y empezaron a caminar por el malecón.
Durante el trayecto hablaron de ellos mismos, estudiaron detenidamente su pasado y proyectaron su futuro. Eran tan jóvenes y se sentían tan libres que pensaron que todo iba a durar para siempre. Se besaron largo rato frente al mar.
Una vez en la puerta de la casa de Patricia las calles que rodeaban el Golf de San Isidro parecieron desiertas. Entonces todo era perfecto. Patricia lo hizo pasar. Luis vestía un terno oscuro y una camisa blanca sin corbata. Ella, en cambio, llevaba un vestido blanco de verano hasta las rodillas. La casa estaba a oscuras. Patricia se sacó los zapatos y subió las escaleras de puntillas. Luis lo hizo muy despacio, contando uno por uno los escalones.
Con Álvaro todo fue distinto. Una noche fueron al cumpleaños de un amigo de Álvaro y cuando llegaron se dieron con una casa en ruinas y una fiesta donde visiblemente abundaban los hombres. La casa parecía estar tomada por espíritus y la iluminación estaba a cargo de unas lámparas de lava. Entonces, en medio de la música y de la bulla y de las risas descontroladas, Álvaro llevó a Patricia hasta perderse en un pasadizo oscuro y le empezó a besar el cuello.
En ambos casos los protagonistas fueron ellos. Se podría decir que Patricia aceptaba de buena gana estar siempre debajo, en el lado insatisfecho de la cama, de cualquier forma, en retrospectiva, a Patricia nunca le importó mucho. Para ella el sexo estaba bien pero nunca era lo más importante. Luis y Álvaro siempre le parecieron iguales en la cama.
Excepto que después de hacer el amor Álvaro se puso otra vez su pantalón y su camisa para regresar a la fiesta, mientras que Luis empezó a soltar palabras que entonces a Patricia le parecieron pura poesía, pero en realidad era un acercamiento inmediato al futuro. Y si Patricia hubiera prestado atención, se habría dado cuenta entonces cómo iba a terminar todo. Era tan obvio que Luis lo decía aún sin tenerlo muy claro.

43.
El juicio se llevó a cabo en el 5to Juzgado Penal de Lima, con la asistencia de los familiares de las víctimas, algunos testigos y los acusados. Afuera las cámaras y los periodistas esperaban ansiosos la llegada de Luis y Rafaela. Nelson Aguirre llegó tarde. En el camino un automóvil había empezado a incendiarse y había interrumpido el tráfico varias cuadras. El humo blanco que despedía el motor del carro se elevó varios metros y empezó a asfixiar a los transeúntes.
El juicio empezaría a las 10.30 de la mañana, pero a las 11.00 los acusados recién llegaron por separado de los penales donde estaban recluidos. Cuando hicieron su entrada en la sala donde se llevaría a cabo el juicio, los fotógrafos lanzaron miles de fotos. Las cámaras se encendieron y enfocaron a los acusados.
Logró entrar porque era periodista y llevaba su pase de prensa en una mica. A pesar de haber llegado tarde, Julio Chuqui le hizo un espacio junto a él. Entonces los vio. Estaban parados uno a cada lado, él llevaba un traje oscuro, parecido a la que llevó el día que arribó; ella, en cambio, vestía un buzo que no la favorecía en lo absoluto, mas no el vestido floreado con el que se había bajado del avión.
Todos habían visto la llegada de los asesinos de San Isidro. Eran una pareja de lo más fotogénica. La opinión pública rápidamente los había vuelto personajes de la farándula. En la televisión los imitaban. Luis Sosa y a Rafaela Bobadilla en la primera plana del periódico, al día siguiente en la revista sensacionalista y luego en el programa cómico de los sábados. Fue el tema preferido durante semanas.
El juez dio oficialmente inicio a la sesión. La primera en dar sus declaraciones fue la viuda de Bobadilla. Ella llevaba un traje oscuro y unos anteojos de sol negros. Se le veía demacrada, a los ojos del público televidente habría envejecido unos diez años. Las preguntas del fiscal se sucedieron unas a las otras y las palabras de Marcela eran débiles y divagantes.
En determinado momento, el fiscal le preguntó:
- ¿Por qué piensa que su hija pudo haber dirigido este atentado contra su familia?
- Por… -dijo Marcela- por dinero…
- ¿Es cierto que Bobadilla, poco antes de ser asesinado, puso la empresa a nombre de sus dos hijas?
Marcela acercó sus labios al micrófono.
- Sí… -susurró- Sebastián tuvo que pasar la empresa a nombre de sus hijas…
- ¿Y qué pasó con la empresa luego de lo ocurrido a principios del mes de mayo?
Se limpió el borde de los ojos con la punta de un pañuelo blanco.
- La empresa se hizo líquido.
Los televidentes asintieron con la cabeza. Los periodistas murmuraron cosas. El fiscal, sentado en una mesa y hablando por un micrófono, dio por concluida las declaraciones. El juez llamó a Vanesa Rodríguez, la única amiga de Patricia que iba declarar. Cuando le preguntaron qué escuchó decir a Luis durante la fiesta, ella dijo:
- Bueno -empezó-, en realidad yo escuché muchas cosas saliendo de la boca de Luis esa noche. Una de las que más recuerdo fue hablando con su prima Paola. Yo conocía a Paola desde antes, cuando coincidimos en una academia de inglés, y me acerqué para saludarla. Ella estaba hablando con Luis, entonces yo escuché que él le decía: “¿dime, Lola, tu clítoris ya se convirtió en pene?”… -Murmullos de parte del público.- Y también escuche, pasando por la sala, cuando los ánimos ya estaban caldeados, un poco antes de irme, que Rafaela y Luis hablaban muy animados. Cuando pasé por ahí para despedirme, escuché que ambos estaban hablando de cómo se vería Álvaro muerto…
- Sea más específica -pidió el fiscal.
- Hablaban de cómo se vería Álvaro… si alguien le atravesara… con algo la cabeza…
Murmullos de parte del público.
- ¿Conocía usted al señor Luis Sosa?
- No puedo decir que lo conocía, pero sí sabía quien era. Patricia siempre me había hablado de él cuando eran enamorados, pero entonces yo la veía muy poco, debido a que estudiábamos en universidades distintas. Sin embargo, aquella noche, apenas lo vi, supe de inmediato quién era, porque llevaba un saco marrón y un pantalón plomo, y parecía estar molesto con todo el mundo excepto con Rafaela…

44.
Nelson Aguirre bebía un café cuando lo llamaron. La señal de su teléfono celular andaba pésima y apenas logró escuchar que alguien le decía que debían verse lo antes posible. Aguirre le preguntó quien era. La voz se perdió en un mar de interferencia. Aguirre no le tomó importancia entonces y lo único que hizo fue apagar su celular.
Pasó otra noche más entre la impresión del periódico y los escasos avances en computadora de su libro. Aguirre leyó las notas que habían escrito los demás periódicos con respecto al juicio de los asesinatos de San Isidro. La información en algunos casos era informativa y poco alentadora. Las pruebas contra Rafaela y Luis eran cada día más circunstanciales.
Cuando amaneció Nelson Aguirre ya había bebido suficiente café como para estar despierto el resto de la mañana. Cogió su mochila y salió del periódico con el semblante de quien acaba de acabar su jornada laboral. Era un frío día de invierno.
- ¡Aguirre! -Escuchó que alguien lo llamaba desde la otra acera.
Al principio no pudo reconocerlo bien. Estaba considerablemente cambiado. Tenía heridas en la cara y un ojo morado. Aguirre le preguntó qué le había pasado.
- Una pelea con mi viejo.
Nicolás Saiman prendió un cigarrillo en medio de la acera, volteó la mirada a ambos lados y guardó las manos en los bolsillos del viejo pantalón que llevaba.
- Necesito hablar contigo -dijo.
- Perfecto -dijo Nelson Aguirre-, ¿a dónde podemos ir?
Saiman le dio un toque a su cigarrillo, que luego lo botó a la vereda y pisó con la punta del pie. Volvió a mirar a ambos lados y dijo:
- ¿Qué tal si vamos a tu casa?
Aguirre asintió con la cabeza.
- Me parece bien.
Aguirre le preguntó si había estado viendo el juicio por la televisión. Saiman asintió con la cabeza. Aguirre le preguntó por qué no se animaba a declarar y Nicolás Saiman esbozó una gran sonrisa. Dijo que no era tan ingenuo.
- ¿A qué te refieres con ingenuo? -Preguntó Nelson Aguirre.
- Ya lo verás cuando lleguemos a tu casa.
Aguirre asintió con la cabeza y dejó que las cosas sucedieran con naturalidad. Al entrar a su casa notó que algunos libros y documentos que había dejado sobre la mesa de la cocina estaban un poco desordenados, revueltos de una forma en la que él no había estado trabajando.
Nicolás Saiman se sentó. Nelson Aguirre sirvió agua en la tetera y la puso a calentar. Revisó su pequeña sala donde veía televisión y notó que el control remoto estaba en el suelo. Entonces Saiman empezó a hablar. Dijo que fue mentira todo lo que había dicho en la anterior reunión, que sólo había hablado con él para ver si ganaba algo de notoriedad.
- Vamos -dijo-, sólo voy un joven judío homosexual perdido en el mundo.
Pero ya era demasiado tarde para retirar lo dicho. Nelson Aguirre se dio cuenta entonces que había estado mucho más cerca de lo que se imaginaba.
Todo sucedió muy rápido.
El sonido del agua que ya está hirviendo. El golpe que siente en la nuca, en la parte de atrás del cerebro, el ruido que hacen los platos al romperse cuando Aguirre se tropieza con ellos. El rodillazo en el estómago, el golpe con el revolver, la mirada atónita de Nicolás Saiman.
Entonces las piezas encajaron.
Todo cobró mucho sentido.